Por Guido Gómez Mazara.

En agosto de 1959, las diversas actividades contra la dictadura de Trujillo hicieron que pocos religiosos se aglutinaran alrededor del grupo Acción Clero Cultural. Desde allí, el riesgoso esfuerzo democratizador encontró a los miembros del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), apresando una considerable cantidad de jóvenes, llenos de patriotismo y decididos a enfrentar la intolerancia y autoritarismo. Ahí, con 22 años, estaba Fafa Taveras que, al ser descubierto, sus huesos terminaron en la cárcel clandestina de La 40.

Ajusticiado el tirano, el referente de heroísmo por excelencia, 14 de Junio, inició el proceso de formación y entrenamiento a decididos jóvenes, dispuestos a contribuir con el proceso de transformación de una sociedad sedienta de libertad. Y durante todo el trayecto de las aspiraciones democráticas, esquivando la muerte y burlando manos ensangrentadas, anduvo Fafa porque la gloriosa tarde del 28 de abril, las dos columnas encargadas de tomar la fortaleza Ozama, estaban bajo su responsabilidad y la de Juan Miguel Román.

En el texto del periódico Patria, del 25 de mayo de 1965, se recogen las palabras alentadoras en medio del dolor causado por la muerte del héroe Euclides Morillo. Y allí, estaba Fafa. Después, su voz de aliento reconstruía la esperanza, el 12 de agosto despidiendo el cadáver de Oscar Santana. Así, resistiéndolo todo, desafiando la muerte y acompañando una generación de ciudadanos excelsos que militaron en el MPD y fuerzas liberales, caracterizados por darlo todo, inspirados en un ideal insigne. Pasaron años de enfrentamientos, y la visión y grandeza de José Francisco Peña Gómez habilitó su llegada al PRD. El líder máximo siempre lo entendía porque su singular dimensión radicaba en reconocer las cuotas de entrega a las causas libertarias de los que, como él, saltaron los obstáculos allanando el camino de las metas históricamente postergadas.

Fafa Taveras es un referente de épocas irrepetibles, pero materia prima de valores lamentablemente olvidados. La vocación de servicio, el sentido de compromiso, los anhelos de una justicia social dilatada. En él y los que ya no están, descansa la deuda postergada por exponentes de una caricatura democrática ausente de sustancia, fascinada por las formas y caracterizada por un sentido de obediencia infame. Por eso, no se acomoda y pateándolo, intentan derrotar los símbolos de tantos sacrificios pendientes por saldar. Afortunadamente, el juicio de la historia nunca favorece a los rufianes.

Lamentablemente, el interés por las formas pretende arrebatarnos el fondo. Aspirando a desdibujar las referencias y sacrificios de los que abonaron el camino para que, irónicamente un dedo autoritario, cierre el camino de voces disidentes y corazones libertarios indispensables para las tareas de conducir por el sendero decoroso, tanta historia ignorada por la arrogancia de un poder ejercido sin nobleza.

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